Bien decía André Bretón en su Manifiesto Surrealista “La literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a toda parte”, y estoy segura que no lo afirmaba desde el concepto de tristeza que concebimos hoy en día con sus correspondientes sinónimos: pena, desconsuelo, aflicción o amargura. Sino con una firme convicción de la tristeza como el sentimiento de algo inacabado, y eso es la Literatura, un camino que nos lleva a todos lados pero al mismo tiempo a ninguno. Hace un tiempo, lamentábamos la partida de nuestro gran escritor Gabriel García Márquez, el cual dejó en cada uno de sus lectores la imborrable marca de los paisajes de la Costa Caribe envueltos en un halo de calor místico, nos enseñó que en esta tierra mágica, todo puede pasar y que al igual que Cervantes, los gigantes convertidos en molinos de viento y el último de los Buendía con cola de puerco podían cobrar vida al tocar las páginas de sus libros.